Sus mujeres

Rembrandt. British Museum.
Catalina del Puerto
Madre del capitán Juan Sebastián de Elcano
Elcano confiaba plenamente en su madre, una mujer que había tenido que sacar adelante a nada menos que ocho hijos en ausencia de un padre, Domingo Sebastián de Elcano, de quien poco sabemos. Es a ella a quien nuestro capitán dejaba en su testamento [1] el control de sus bienes, y la supervisión del cuidado de sus hijos Domingo y María, tenidos con María Hernández de Hernialde, vecina de Guetaria, a quien en su testamento se refería como a la que siendo moza virge hube, y con María de Viudaurreta, vecina de Valladolid, respectivamente. Elcano no se casó con ninguna de ellas.
Para Catalina del Puerto tuvo que ser muy duro el momento en que recibiera la confirmación de la muerte de su hijo Juan Sebastián, embarcado en 1525 nuevamente hacia la Especiería en la expedición de Loaysa, porque además en aquella expedición iban también sus hijos Martín Pérez de Elcano (piloto de la nao Sancti Spiritus) [2], Antón Martín de Elcano (piloto en la nao Santa María del Parral) y Ochoa Martín de Elcano (maestre de la nao San Gabriel, y más tarde del patache Santiago), junto con su yerno Santiago de Guevara, capitán de patache Santiago, y marido de su hija Inesa de Elcano. También viajaba un hijo de estos, y por tanto nieto de doña Catalina, llamado Martín Sánchez de Guevara [3]. Solo Ochoa regresó, a bordo del patache Santiago, que se separó en una tormenta del resto de la armada en el Pacífico, y acudió a buscar la ayuda de Hernán Cortés. Más tarde regresaría a España [4].
Los primeros supervivientes de la expedición de Loaysa del grupo que logró alcanzar las Molucas llegaron a España en 1534, nueve años después. Doña Catalina tuvo que ser informada entonces del destino fatal del resto de sus hijos. Sin embargo, no fueron ellos quienes portaron hasta España el testamento de Juan Sebastián de Elcano, firmado con letra tremulosa por nuestro capitán en mitad del océano Pacífico. Quien lo hizo fue el último capitán de la expedición de Loaysa, Hernando de la Torre, el cual lo entregó a los señores del Consejo de Indias cerrado y sellado [5], y fue abierto en presencia de Rodrigo de Gainza, nieto de Catalina y sobrino de nuestro capitán.
Enferma en la cama y con mucha necesidad [6], Catalina del Puerto pleiteó con el fiscal para conseguir recibir el sueldo y mercedes debidas a Juan Sebastián. Este tenía fijada una paga vitalicia anual de 500 ducados de oro con la que el emperador Carlos V quiso recompensarlo por sus méritos en la expedición de la primera vuelta al mundo, que sin embargo no había llegado nunca a percibir. Además de ello, más tarde obtuvo una merced suplementaria de otros 1.000 ducados como prima por asumir el puesto de Capitán Mayor en la armada de Loaysa, que marchó sin haber cobrado [7].
En aquel pleito testificaron expresamente en favor de doña Catalina, Juan de Mazuecos y Vicente de Nápoles [8], que junto con Arias de León habían conseguido ser los primeros en regresar a España de aquel dramático viaje, viajando desde India hasta Lisboa a bordo de la nao portuguesa Flor da Mar. Contestaron a las preguntas que el fiscal quiso hacerles en relación con todos sus hijos.
El Emperador quiso zanjar la deuda a Juan Sebastián de Elcano en marzo de 1535, ordenando que se pagara a doña Catalina del Puerto 200.000 maravedís, deduciendo a ellos 30.000 mrs al parecer ya pagados tiempo atrás, atendiéndola de forma inmediata con 20.000, y el resto repartido en los tres años sucesivos [9]. La Casa de Contratación cumplió esta orden puntualmente, completando la última parte del pago el 22 de enero de 1538 [10]. Aunque se trataba de un importe muy elevado, calculamos que no llegaba a ser siquiera un quinto de todo lo que se le debía.
En 1536 regresó a España Andrés de Urdaneta, aquel chico de la vecina Villafranca de Ordicia que había quedado admirado por Juan Sebastián de Elcano, y había querido embarcar con él en la expedición de Loaysa. Había firmado como testigo el testamento del capitán, y estuvo presente en el momento de su muerte. Regresó once años después de su partida a bordo de la nao portuguesa São Roque, trayendo a su hija Gracia, nacida en las Molucas de madre indígena. No hay nada escrito sobre ello, pero no sería lógico dudar de que Andrés de Urdaneta, al volver a su tierra natal, se ocupara de informar detenidamente a doña Catalina sobre lo que ocurrió con sus hijos.
En 1538 Catalina del Puerto nombraba a un nuevo apoderado para reclamar el sueldo de sus hijos Martín Pérez de Elcano y Ochoa Martínez de Elcano [11]. Nada obtuvo. Muchos años después, en 1553 y 1554, constan sendos documentos en que nombraba heredero a su nieto Rodrigo de Gainza y le otorgaba poderes para seguir reclamando en su nombre [12].
Por desgracia, doña Catalina falleció al cabo de algunos meses. Rodrigo de Gainza continuó pleiteando, pero en un documento poco posterior se refería ya a ella como su abuela difunta. Este documento no tiene fecha, pero quedó anotado al pie que fue recibido en Valladolid el 23 de mayo de 1555 [13]. El Consejo de Indias terminó dando la razón a Rodrigo de Gainza en los pleitos abiertos sobre los sueldos de los familiares de nuestro capitán.
Referencias:
[1] A.G.I.,Patronato,38,R.1
[2] La última noticia que hemos encontrado sobre Martín Pérez de Elcano le sitúa vivo como piloto de la nao Santa María de la Victoria, en el Pacífico, el 22 de septiembre de 1526, cuando se encontraban a solo diez días de llegar a Mindanao. En este documento, escrito a bordo, se dejaba constancia de la entrega de ciertos bienes pertenecientes a Juan Sebastián, tras su muerte, a Esteban de Mutío, hijo de María de Elcano. A.G.I.,Patronato,38,R.1, img 31 en PARES.
[3] A.G.I.,Indiferente,425,L.23,F.164R(3) En este documento, del año 1555, Inesa reclamaba el sueldo debido a su hijo como integrante de la expedición al Maluco, por lo que es de suponer que por entonces él habría muerto.
[4] Consta una real cédula de diciembre de 1529 en que el Emperador le solicitaba a Ochoa Martínez de Elcano incorporarse a la expedición al Maluco de Simón de Alcazaba. Además, en los autos de herederos de Santiago de Guevara encontramos que Ochoa pasó de la nao San Gabriel al patache Santiago, ejerciendo como maestre (A.G.I.,Patronato,40,N.1,R.5, fol. 4r) por lo que parece claro que terminó sobreviviendo, y que regresó a España tras recibir ayuda de Hernán Cortés (1526). Confirmaría que no volvió a bordo de la nao San Gabriel el hecho de que no aparece en los pagos que Cristóbal de Haro realizó a sus tripulantes, mientras que, en cambio, se pagó a un Álvaro de Berrio por maestre de esta nao, cargo que Ochoa ejerció antes que él (en PATRONATO,37,R.38, imagen 103 en PARES). Por todo ello, nos atrevemos a concluir que Ochoa Martínez de Elcano sí sobrevivió a la expedición de Loaysa, regresó a España y murió no mucho después, antes de haber percibido el sueldo que le correspondía, y que su familia continuó reclamando.
[5] A.G.I.,Patronato,38,R.1, img 5. en PARES.
[6] A.G.I.,Indiferente,422,L.16, fol. 190v.
[7] A.G.I.,Patronato,40,N.1,R.5, fol. 12r
[8] A.G.I.,Patronato,40,N.1,R.5, fols. 30r-31r.
[9] A.G.I.,Indiferente,422,L.16,F.186V-191R.
[10] A.G.I.,Contratación,4676, Libro de cargo de 1538, fol. 241v.
[11] A.G.I.,Patronato,37,R.37. El sueldo de otro hijo fallecido en esta expedición, Antón de Elcano, no lo reclamaba Catalina del Puerto sino la esposa de este, María Ochoa de Elorriaga (A.G.I.,Patronato,40,N.1,R.5, fol. 22r).
[12] El de Martín Pérez de Elcano en A.G.I.,Patronato,40,N.1,R.5, fols. 10r-11r. El de Ochoa Martínez de Elcano en mismo documento, folios 14r-15r.
[13] A.G.I.,Patronato,40,N.1,R.5, Bl. 8, fol. 8r.
Beatriz Barbosa
Esposa del capitán Fernando de Magallanes

Fernando de Magallanes llegó a Sevilla desde Portugal en octubre de 1517. Por entonces, uno de los portugueses mejor posicionados allí era Diego Barbosa, noble y comendador de la Orden de Santiago, favorecido por los Reyes Católicos en compensación por sus servicios en Granada y Pamplona. Ocupaba entonces los importantes cargos de "veinticuatro" de Sevilla, es decir, uno de los regidores de la ciudad, así como de alcaide de sus Atarazanas y Reales Alcázares. Antes de que acabara ese mismo año, Magallanes contrajo matrimonio con la joven hija de este, Beatriz Barbosa. Dado el poco tiempo trascurrido desde la llegada del capitán, parece razonable pensar que el enlace estuvo concertado de antemano. Sobre la edad de Beatriz al casarse, creemos que era muy próxima a los 17 años [1].
Todo se sucedió con bastante rapidez. El joven rey Carlos I llegó desde Flandes a Asturias en febrero de 1518, y solo un mes después le otorgaba las conocidas como Capitulaciones de Valladolid [2], o el contrato por el que se le nombraba capitán general de la armada a la Especiería. Mientras la expedición se organizaba, Magallanes y Beatriz tuvieron un niño, al que llamaron Rodrigo, y de nuevo ella quedó embarazada de un segundo hijo [3].
Se conservan tres documentos formalizados ante escribano relativos a su casamiento fechados el 14 de junio de 1519: una carta de pago de Magallanes a su suegro por 300.000 maravedís a cuenta de los 600.000 que le debía por la dote de su hija [4], la carta de dote de Diego Barbosa y su mujer, María Caldera, a su hija [5], y una carta de arras otorgada por Magallanes a su esposa por valor de 2.000 ducados de oro [6].
El diez de agosto de 1519 las cinco naos partieron desde Sevilla para detenerse a continuación en Sanlúcar de Barrameda durante 41 días. Magallanes sin embargo se encontraba en Sevilla firmando su testamento algunos días después [7]. En él dejaba bien protegida a su mujer, a quien además consiguió que la Casa de Contratación le fuera pagando su sueldo mientras se prolongara el viaje, algo que no ocurría con las familias del resto de expedicionarios. Tras su marcha, nunca más volverían a verse.
A los pocos meses sucedió una gran desgracia, pues Beatriz perdió al bebé que esperaba, no sabemos si prematuramente o poco después de nacer. En la documentación que conocemos no hay rastro posterior de este niño.
El capitán general encontró la muerte el 27 de abril de 1521 en Mactán (Filipinas), en un combate que entabló con los indígenas. Esa noticia tardaría más de un año en llegar a Sevilla, cuando arribó la nao Victoria [8]. Sin embargo, el 6 de mayo de 1521, tan solo unos días después del fallecimento de Magallanes, se producía la paradoja de que Beatriz Barbosa recibía noticias esperanzadoras de su marido con la llegada a Sevilla de la nao San Antonio, que había puesto rumbo de vuelta a España desde aquel estrecho que llevaría para siempre el nombre de su esposo.
Los de la San Antonio traían buenas y malas noticias para Beatriz Barbosa. Lo bueno era que su marido había descubierto lo que parecía ser el paso por mar hacia el otro lado de América y, al menos cuando eso ocurría, todavía seguía vivo. La mala noticia era que su tripulación dio cuenta de grandes abusos de autoridad por parte de Magallanes [9], que había llegado a desterrar a su suerte en la Patagonia al capitán Juan de Cartagena, perteneciente a la nobleza burgalesa y quien era nada menos que familiar de alguien muy poderoso: Juan Rodríguez de Fonseca, al que los Reyes Católicos habían confiado fundar la Casa de Contratación de Indias de Sevilla.
Mal enemigo se había creado Magallanes con aquella decisión. La reacción de Fonseca al enterarse de esto fue furibunda. Escribió una orden a los oficiales de la Casa de Contratación [10] —me ha puesto en tanta turbación la maldad que ha hecho...—, en la que ordenaba que mientras no se esclareciera el asunto se suspendieran los pagos a Beatriz Barbosa y que se la pusiera bajo vigilancia, con el fin de que no pudiera abandonar Sevilla.
Durante este mismo año de 1521 la desdicha se cebó con Beatriz Barbosa, pues sufrió el más duro revés posible, con el fallecimiento de su pequeño Rodrigo en el mes de septiembre. Ella misma murió seis meses más tarde [11]. Le llegó la hora en 1522, antes de que regresara la nao Victoria y pudiera saber de su marido.
Tras su llegada a Sevilla en septiembre de 1522, el capitán Elcano en persona se ocupó de entregar una palma artesanal hecha con clavo e hilo, diciendo que se trataba de un regalo para doña Beatriz de parte de Jorge Morisco [12], quien consta en las listas de embarcados como "esclavo" de Magallanes y ejerció de intérprete en la expedición. Jorge había quedado en la isla de Tidore junto con el resto de compañeros de la nao Trinidad, y quiso tener aquel bonito detalle con ella. Tristemente, cuando la palma llegó a su destino, tanto él mismo como su destinataria ya habían fallecido.
Como vemos, fue una muy triste historia la de la familia de nuestro capitán Fernando de Magallanes.
Referencias:
En general, el documento que más datos aporta sobre Beatriz Barbosa es A.G.I.,Patronato,36,R.2 Autos de Jaime Barbosa y sus hermanos, herederos de Fernando de Magallanes, con el fiscal, sobre el cumplimiento de la capitulación hecha por el rey con aquel para el descubrimiento de la Especiería. Se trata de un largo expediente que reúne diferentes legajos sobre el proceso abierto por su hermano para conseguir cobrar lo debido a Magallanes, que contiene además una copia del testamento del capitán general.
[1] Respecto a la edad de Beatriz Barbosa tenemos dos documentos en los que fijarnos para obtener una aproximación. En AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 9125P, Folios 551v-555v encontramos que en marzo de 1519 se declaraba "mayor de 18, y menor de 25 años". Si además partimos de la hipótesis de que Diego Barbosa y su mujer Beatriz Caldera empezaron a tener a sus hijos después de casados y no antes, y que estos nacieron según el orden en el que siempre se les relaciona en A.G.I.,Patronato,36,R.2, —Isabel, Jaime, Beatriz y Guiomar— acotamos que en el año 1519 Beatriz no podía ser mayor de 19 años, y por tanto que fue casada con 17.
[2] A.G.I.,Indiferente,415,L.1, fols.18v-20r
[3] AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 9126P
[4] AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 9125P, Folios 127v-128v
[5] AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 9125P, Folios 126r-127r
[6] AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 9125P, Folios 129r-130r
[7] A.G.I.,Patronato,36,R.2, fols. 29-36.
[8] En el proceso fiscal iniciado más tarde para cobrar la herencia de Magallanes por parte del hermano de Beatriz, Jaimes Barbosa, dos testigos afirmaban en 1529 que supieron de la muerte de Magallanes por unas "cartas mensajeras" que llegaron a Sevilla dirigidas a Diego Barbosa. Uno de ellos afirmaba que provenían de Gonzalo Gómez de Espinosa. El otro de estos testigos no mencionaba a Espinosa, pero decía que "vio cartas mensajeras que enviaron a esta ciudad desde la isla que se dice Matán, por las cuales se decía cómo el dicho Fernando de Magallanes fue muerto en la dicha isla de Matán." Resultaría muy extraño que Espinosa enviara unas cartas a Sevilla desde Filipinas, y más todavía que hubieran llegado. El mismo testigo nos ayuda a entender que su declaración no se ajusta exactamente a la realidad, al afirmar a continuación que "al tiempo que vino la nueva y cartas a esta dicha ciudad de cómo el dicho Hernando de Magallanes era muerto, sabe este testigo que el dicho Rodrigo de Magallanes, su hijo, era vivo." Dado que Rodrigo consta que murió en septiembre de 1521, y la expedición salió de Cebú el 1 de mayo del mismo año, habría sido necesario que las cartas viajaran en avión para llegar a tiempo. El testigo recuerda vagamente el hecho, pero sí parece evidente por ambos testimonios que esas cartas de Espinosa a Diego Barbosa existieron, aunque no habría otra explicación más que llegaron a bordo de la nao Victoria, junto con las que el resto de tripulantes de la Trinidad enviaban a España, según nos contaba Pigafetta. Testimonios en PATRONATO,36,R.2, págs 92 a 101.
[9] A.G.I.,Patronato,34,R.15
[10] A.G.I.,Indiferente,420,L.8, fols. 294r-295r
[11] A.G.I.,Patronato,36,R.2, fol. 1r.
[12] A.G.I.,Contratación,5090,L.4
Juana Durango
Esposa del capitán Juan Rodríguez Serrano y madre del paje Francisco
Una mujer tan fuerte como enamorada de su marido. Esa fue Juana Durango, a quien la llegada de la nao Victoria le trajo noticias duras, pero también un resquicio para la esperanza al que siempre se aferró, y por el que luchó de tal manera que no solo el Emperador tuvo noticias de ella, sino también el rey Juan III de Portugal, además del mismísimo Hernán Cortés, y los gobernadores portugueses en Asia. Pasamos a contar su historia.
Su marido era uno de los hombres más destacados de la expedición, el veterano piloto de la Casa de Contratación Juan Rodríguez Serrano [1]. Aunque él había nacido en Fregenal de La Sierra (Badajoz) [2], ambos vivían en Sevilla junto con un hijo y al menos dos hijas. El varón se llamaba Francisco, y en realidad era hijo solamente de ella, por lo que podemos sospechar que Juana había enviudado de un matrimonio anterior. Antes de partir, su marido fue nombrado capitán de la menor de las naos, la Santiago, y quiso embarcarse con su hijastro Francisco, que ejerció como paje en el mismo navío [3].
Dado que esta nao era la más maniobrable y tenía menor calado, Magallanes la envió como avanzadilla a explorar por delante en solitario mientras los demás permanecían en el Puerto de San Julián, en la Patagonia. Serrano descubrió entonces el río de Santa Cruz, pero sobrevino una fuerte tempestad en la que la nave encalló contra las rocas seis leguas al sur de la desembocadura [4] y se deshizo, pudiendo ponerse a salvo todos, excepto una persona que falleció. Más tarde se les dio rescate, y Magallanes dio a Juan Serrano la capitanía de la nao Concepción. Era un puesto que había quedado vacante tras la ejecución de su anterior capitán, Gaspar de Quesada, por ser uno de los cabecillas del motín contra Magallanes, que ya había tenido lugar en el Puerto de San Julián.
La armada prosiguió viaje, descubrió el estrecho, atravesó el océano Pacífico y arribó a las que después serían llamadas islas Filipinas. Allí terminaron recalando en Cebú, una localidad con una importante población en la que trabaron amistad con su rey local Humabón. Al poco, sucedió la muerte de Magallanes y a continuación Humabón urdió una traición contra los nuestros, invitándoles a comer. Serrano y la mayoría recelaban de ello, pero tras una insinuación de cobardía por parte de Duarte Barbosa (familiar de Beatriz Barbosa) fue el primero que saltó a tierra para acudir [5].
Los que permanecían en las naos, sin saber qué pasaba, oyeron un gran griterío y vieron cómo los indígenas portaban a Juan Serrano hasta la orilla, herido, desnudo y maniatado diciéndoles que habían matado a los demás, y entre ellos a su hijo Francisco. Pidieron rescate por él, pero al serles entregado no soltaron al capitán. Volvieron a hacerlo de nuevo, sin resultado, por lo que comprendieron que lo que pretendían era tomar las naos. No tuvieron más remedio que emprender la huida, dejándole allí, y pidiéndole que les perdonase. Tenemos diferentes versiones del comportamiento de Juan Serrano en este episodio, desde la de Pigafetta, que le dejaba maldiciendo al piloto Carvalho por marchar, hasta la de Oliveira, en que era él quien heroicamente pedía a los demás que marcharan por no ser causa de un mal mayor.
Cuando la nao Victoria llegó a Sevilla en 1522, los expedicionarios supervivientes tuvieron que dar tristes noticias a muchas familias, pero el caso de Juana era especialmente trágico. Más allá de los sentimientos que pudo tener por ello, se le creó un problema y es que, al no ser dado por muerto su marido, ella perdía el derecho a cobrar su sueldo como heredera. Mientras los familiares de los fallecidos fueron compensados por el trabajo de sus hijos y padres, Juana debería ingeniárselas para salir adelante.
En 1526 Hernán Cortés enviaba desde Nueva España a su primo Álvaro de Saavedra al mando de una expedición de tres navíos hacia el Maluco. En el documento con las órdenes a seguir, incluía acudir al rescate de Juan Serrano como uno de los objetivos a cumplir:
Trabajareis de llegar a la isla de Cebú, y en ella tomar lengua si son vivos Juan Serrano, piloto, y otros que con él fueron presos en la dicha isla, y si fueren vivos, rescatárloseis [6].
Como es evidente, el Emperador había informado a Hernán Cortés del caso de Juan Serrano, y le pidió que aprovechara su expedición para buscarlo. Pero además, también quiso involucrar en su búsqueda al rey Juan III de Portugal, a quien escribió en estos términos el 28 de abril de 1526 [7]:
Serenísimo, muy alto y muy poderoso Rey de Portugal:
Por parte de Juana Durango, vecina de esta ciudad de Sevilla, me ha sido hecha relación que, yendo Juan Serrano, su marido, por nuestro piloto en el armada que mandamos ir a la continuación y contratación de la especiería de que fue por capitán general el comendador Magallanes, fue preso y cautivo en la isla de Zubú por los pobladores de ella, y que de allí fue llevado por cautivo al rey de Lozón, donde dice que está al presente, y me suplicó y pidió por merced que porque la isla de que es señor el rey de Luzón está cerca de las islas de Melaca, y contrata con ella sus mercaderías, vos escribiese rogándoos que enviásedes a mandar a la persona que está por vos en las dichas islas de Melaca, que sepa si el dicho su marido está en poder del dicho rey de Luzón, y si es vivo, y procure de haberlo de él, y lo envíe a vuestro reino.
Y porque por ser el dicho Juan Serrano nuestro vasallo y haberse perdido en nuestro servicio, holgaría de su libertad, afectuosamente os rogamos que escribáis muy encargadamente a la persona que tenéis en la dicha India de Melaca para que procure de saber del dicho Juan Serrano y su libertad y que, estando libre, lo envíe a este vuestro reino para que desde él se pueda venir a su casa, que en ello además será obra pía y servicio de nuestro Señor. Yo recibiré muy singular complacencia.
Juan II de Portugal esperó algún tiempo, pero terminó dando traslado de esta petición a sus gobernadores y capitanes en Malaca y el Maluco, a quienes escribía así en febrero de 1527 [8]:
El Emperador […] me escribió haciéndome saber que por parte de una Juana Durango, vecina de la ciudad de Sevilla, le fue hecha relación de que un Juan Serrano, su marido, por su piloto de la armada que mandara ir a la continuación del tratamiento de la especiería de que fue por capitán general el comendador Magallanes, fue hecho preso y cautivo en la isla de Cebú por los moradores de ella, y que de allí fue llevado por cautivo al rey de Lozón, donde dice que está al presente. […] Trabajaréis para traerlo o enviarlo a nuestros reinos.
Un mes después de que el rey de Portugal enviara esa carta, Juan Durango ofrecía a Fernando Suárez, tesorero general de Portugal, 150 ducados de oro como rescate por su marido dado que, según afirmaba, estaba cautivo de moros en las Indias de Portugal [9]. Los fiadores de esta fuerte suma fueron Gonzalo Rodríguez y Beatriz de Atienza, viuda de Pedro Durango (quizás hermano de Juana).
Después de esto, constan diferentes documentos en los que Juana Durango reclamaba a través de sucesivos apoderados [10] que se le pagara el sueldo debido a su marido, así como doce quintales de clavo que afirmaba habían venido a su nombre en la nao Victoria, y otros doce que habían quedado en la nao Trinidad. En este fragmento queda patente su precaria situación económica [11]:
Juana de Durango, mujer de Juan Rodríguez Serrano, piloto de V.A., de Sevilla, dice que puede haber doce años poco más o menos que el dicho su marido pasó en la armada de Hernando de Magallanes, capitán de la armada de la especiería, y en todo este tiempo el dicho su marido está en servicio de vuestra alteza en aquellas partes donde la dicha armada fue. Y al tiempo que partió en la dicha armada dejó en la dicha ciudad a la dicha mujer e hijas con harta pobreza y necesidad, y después han venido en mucha más, en tanta manera que, si por amor de Dios no se lo dan algunas personas honradas, no comen ella ni sus hijas. Pide y suplica a V.A. que, considerando su pobreza y fatiga que han pasado de hambre ella y sus hijas desde los dichos tiempos a los dichos doce años, la manden dar […] siquiera para mantenerse, quince mil maravedís para ella y sus hijas, que han bien necesidad, en cada un año.
Carlos V ordenaba a la Casa de Contratación de Sevilla en enero de 1531 ser informado de los importes debidos a Juana Durango, atendiendo a la petición que ella había formalizado [12]. Se abrió entonces un proceso con el fiscal [13], en el que se involucró al armador Cristóbal de Haro, aunque no nos ha llegado completo y en cuyo último documento, de mayo de 1536, Juana todavía seguía reclamando lo que le correspondía. Dos años más tarde, en 1538, realizaba la última gestión de la que tenemos noticia otorgando un poder a Hernando de Ávila para que tratara de conseguir que el Consejo de Indias le abonase el salario anual de 1.500 maravedíes, que correspondía recibir a su esposo como piloto de la Armada del capitán Fernando de Magallanes [14].
Con este documento se diluye la historia de doña Juana, sin que sepamos qué terminó siendo de ella. Aunque decía que no firmaba por no saber escribir, esta gran mujer había conseguido mover a dos imperios para que se localizara a su marido, y nunca cejó en pelear por lo que era suyo.
Referencias:
[1] A.G.I.,Contratación,5784,L.1, fol. 9
[2] PT/TT/CC/2/101/87, fol 1v. A.N.T.T. Corpo Cronológico, Parte II, mç. 101, n.º 87
[3] A.G.I.,Contratación,5090,L.4
[4] Crónica de Fernando de Oliveira o Manuscrito de Leiden.
[5] Ibídem
[6] A.G.I.,Patronato,43,N.2,R.5, fol. 4r
[7] PT/TT/CC/1/34/44 A.N.T.T. Corpo Cronológico, Parte I, mç. 34, n.º 44.
[8] PT/TT/CC/1/35/108 A.N.T.T. Corpo Cronológico, Parte I, mç. 35, n.º 108.
[9] AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 3268P
[10] Figuran cinco nombramientos como apoderados en AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 39P, 1532P, 52P, 54P y 1073P
[11] A.G.I.,Patronato,35,R.7,Bl.2, fol 1r
[12] A.G.I.,Indiferente,1961,L.2, fols. 86v-87
[13] A.G.I.,Patronato,35,R.7
[14] AHPSE/1.1.2.1.1.1// Protocolos Notariales, 1073P
Juana de Paradiso
Esposa del piloto Francisco Albo
Francisco Albo era el piloto de Elcano en la nao Victoria y, por ello, uno de sus principales oficiales a bordo como experto en navegación. Aunque castellanizó su nombre, él era natural de Axio, una localidad ubicada en la isla griega de Chíos, en el mar Egeo, y vecino de Rodas [1]. Estaba casado con Juana de Paradiso y ambos tenían al menos un hijo, llamado Batista.
Albo recibió fama, dinero y honores tras su llegada a Sevilla. Elcano lo eligió para acudir a entrevistarse con el Emperador en Valladolid y, junto a él, se le tomó testimonio de lo sucedido durante el viaje ante el alcalde Santiago Díaz de Leguizamo [2], el cual resulta ser uno de los documentos más relevantes que se conservan sobre la expedición. De igual modo, recopiló en un extraordinario documento el conocido como Derrotero [3] del viaje.
Carlos V quedó fascinado con la historia que le contaron, y asignó a Albo una gratificación de 50.000 maravedís al año para toda su vida [4] —aunque nunca terminó de ver satisfechos estos pagos—. Por otra parte, por el sueldo devengado durante la expedición y el clavo que se trajo, llegó a percibir de la Casa de Contratación de Sevilla 274.580 maravedís, que le fueron abonados en tres veces (el 9 de marzo y el 1 de octubre de 1523, y por cuaresma de 1524) [5]. Fue por tanto uno de los tripulantes mejor pagados. Así, Albo y su familia pudieron llevar una vida holgada.
Lo que fue de él posteriormente es un misterio. De hecho, llama mucho la atención que, a diferencia de la mayoría de sus compañeros supervivientes del viaje, no participara como testigo en la Junta de Elvas – Badajoz [6], celebrada en 1524 entre expertos portugueses y castellanos para tratar de dilucidar la pertenencia del Maluco a uno u otro reino, en virtud del Tratado de Tordesillas.
Solo contamos con un eco lejano de lo que fue de él, y es una carta de pago [7] firmada por su hijo Batista en el año 1536. En ella comprobamos que Francisco Albo ya había fallecido por entonces en Sevilla —da la impresión que se estableció en Sevilla tras su regreso— y que su viuda, doña Juan de Paradiso, se había trasladado después a Mesina (Italia).
Además, esta carta, de la que aquí mostramos su transcripción, refuerza la hipótesis de que, aunque Albo había nacido en Grecia, probablemente fuera de ascendencia genovesa, no solo porque su esposa terminara por marchar a Italia, sino por su vinculación con el consulado mercantil genovés de Sevilla.
El hijo de Juana y Francisco se ocupó como legítimo heredero de recoger el dinero que su padre tenía en Sevilla, que ascendía por entonces a 35.000 maravedís, y del que afirmaba que una parte correspondía a su madre.
Referencias:
[1] A.G.I.,Contratación,5090,L.4, fol. 42r
[2] A.G.I.,Patronato,34,R.19
[3] A.G.I.,Patronato,34,R.5
[4] A.G.I.,Contaduría,425,N.1,R.1, fol. 153
[5] A.G.I.,Contaduría,425,N.1,R.1, fol. 2r
[6] A.G.I.,Patronato,48,R.15
[7] AHPSe, Sección Protocolos Notariales, 52 (1536, mayo...), F. 970
Catalina Vázquez, Isabel Méndez y Francisca Vázquez
Madre y hermanas del escribano Martín Méndez
Aunque los padres de Martín Méndez se casaron en Salamanca, poco después se establecieron en Sevilla [1], donde nacieron más tarde sus hijos Martín, Hernán, Isabel y Francisca. Pedro Méndez, su padre, falleció joven, por lo que quien se ocupó de sacar adelante la casa fue su madre, llamada Catalina Vázquez. Martín recibió una buena educación y terminó siendo uno de los hombres más destacados de la expedición de la primera vuelta al mundo. Nos da una buena idea de ello el hecho de que solo fuera superado por Juan Sebastián de Elcano en el importe percibido por su sueldo, cajas y quintalada tras su regreso a España [ver tabla con los importes percibidos por cada superviviente].
Su oficio era el de escribano. En aquella época, esto suponía mucho más que ser un mero escritor, ya que lo que se asentaba ante escribano cobraba la categoría de veraz y legal, de modo semejante a lo que ocurre con un notario en nuestros días. Por tanto, Martín Méndez legitimó y dio carácter oficial a la alianza sellada por los expedicionarios con el rey de Tidore (Molucas) así como con otros muchos reyes aliados de aquel entorno, tal como quedó reflejado en el conocido como Libro de las Paces, escrito y firmado por él a bordo de la nao Victoria.
Fue el líder del grupo de 12 o 13 hombres que quedaron presos de los portugueses en Cidade Velha, en las islas de Cabo Verde, aunque las gestiones del Emperador con el rey de Portugal pronto darían su fruto y, el 15 de octubre de 1522, treinta y siete días después del regreso de la nao Victoria, terminó siendo liberado junto con otros ocho de sus compañeros [2]. Sus servicios fueron muy bien valorados por Carlos V, quien le asignó una renta vitalicia de 200 ducados al año para toda su vida, como merced por los servicios prestados en la expedición.
En 1526 embarcó de nuevo con destino a la Especiería, China y Japón en la expedición de Sebastián Caboto, con el cargo de teniente de capitán general. Le acompañaba un criado suyo, llamado Andrés de Villoria [3]. Fue así por voluntad expresa del Emperador, quien además quiso que también embarcara el maestre griego Miguel de Rodas, que había sido otro de los hombres principales que habían regresado a España con Elcano [3]. Carlos V quiso dar peso a la expedición de Caboto con estos dos hombres de su plena confianza y demostrada valía.
Sin embargo, esto no gustó nada a Caboto, quien urdía un plan distinto a la idea del Emperador. Ninguneó a Martín Méndez desde antes incluso de partir, por lo cual fue reprendido y advertido por Carlos V. Pese a ello, nada cambió y, mientras la expedición se detuvo en la isla de La Palma, los viejos amigos Méndez y Miguel de Rodas escribieron cartas al Emperador, con el fin de que los funcionarios de la isla las hicieran llegar a la corte. También se les unió en esto el capitán de una de las naos, llamado Francisco de Rojas. [5]
Sin embargo, Caboto fue avisado de ello y lo impidió, haciendo presos desde entonces a estos tres hombres, que recibieron un trato muy duro. Más tarde, frente a las costas de Brasil, abandonó en la isla de Santa Catalina —a mitad de camino entre Río de Janeiro y el Río de la Plata, muy próxima a la costa de tierra firme— tanto a Martín Méndez como a Miguel de Rodas. [6] Se trataba de una isla poblada por caníbales, por lo que su verdadera intención era deshacerse definitivamente de ellos. Según contaría más tarde Catalina Vázquez, Caboto los entregó como esclavos al principal de los indios, para que hiciera de ellos lo que quisiera.
Solo se explica esta decisión por el hecho de que Caboto pensaba desobedecer las órdenes reales, dado que al llegar al Río de la Plata decidió dedicarse a explorarlo, adentrándose en el río Paraná, y olvidándose de continuar viaje hacia la Especiería conforme llevaba encomendado por el Emperador. Cuando por fin puso rumbo de vuelta a España, pasaron de nuevo junto a aquella isla y encontraron en tierra firme ciertas armas que habían pertenecido a Méndez y a de Rodas, por los que se supo que habían muerto comidos, y esto es así verdad por voz y fama de las personas que dello pueden tener noticia, según dijo después el fiscal. [7] Sin embargo, las circunstancias exactas de su muerte resultan algo confusas, puesto que al parecer intentaron ganar la costa continental. Caboto alegaría después que él acudió a recogerlos, pero que los desterrados habían abandonado la isla en una canoa, porque encontraron en la costa de tierra firme a uno de los esclavos que fue con el dicho Martín Médez y Miguel de Rodas ahogado, y una rodela la cual era de Miguel de Rodas, y una redoma de agua de azahar, por lo cual presumieron que el dicho Martín Méndez y Miguel de Rodas eran muertos. [8]
La expedición de Caboto resultó un absoluto fracaso, regresando a España en 1530 sin que este hubiera conseguido encontrar las riquezas que buscó en el Río de la Plata, y con gran pérdida de gente. Las familias de nuestros marinos recibieron entonces la triste noticia de sus muertes y de las terribles circunstancias en que se habían producido.
Catalina Vázquez denunció entonces de manera furibunda a Sebastián Caboto por todo el daño causado, no solo a su hijo sino también al Emperador. Caboto se defendió de las acusaciones por no haber seguido las instrucciones reales alegando que no supo encontrar el camino a la Especiería, lo cual fue aprovechado por el fiscal para redoblar sus acusaciones, por engañar al Emperador cuando le fue encomendada esa misión, y para recriminarle con más motivo por algo muy interesante: que no acudiera el estrecho de Magallanes, teniendo como tenía nueva cierta que el comendador Loaysa estaba en el estrecho adobando sus naos [9]. Los de la expedición de Caboto tuvieron estas noticias de los de Loaysa por gente de esta expedición con la que se encontraron, que había quedado en una isla de la bahía de Los Patos, que está cerca de Río de Solís [Río de la Plata] [10].
La carta que escribió doña Catalina al Emperador dando cuenta de los abusos de Caboto contra su hijo y reclamando justicia, que hemos transcrito aquí, resulta de obligada lectura. En ella encontramos todas las claves de la historia de su hijo en la expedición de Caboto, y también hallaremos a una mujer culta, determinada, furiosa, y dolida.
El dicho mi hijo quedó en la dicha isla sin mantenimientos ni otros bienes algunos, y allí lo mataron y comieron los dichos indios e hicieron de él lo que quisieron, porque después a acá no se ha sabido cosa alguna de su vida, por lo cual el dicho capitán Sebastián Caboto incurrió en pena de muerte y en otras muchas y muy grandes penas corporales y penarias establecidas en derecho y leyes de estos reinos, y cometió crimen lesy magistatis y otros muchos feos e infames delitos, especialmente que se cree y tiene por cierto que, si el dicho mi hijo viviera y no fuera muerto tan injustamente, la dicha armada llevaría el viaje y camino que por V.A. fue mandado que llevase.
Por esta carta sabemos que Hernán Méndez, el hermano de Martín, también había embarcado en esta expedición, pero resultó muerto tras enfermar. Catalina Vázquez perdió por tanto a sus dos hijos varones en la expedición.
Ella misma encontró la muerte aquel mismo año de 1530, encontrándose en la corte pleiteando por que se hiciera justicia. Sus hijas declaron así sobre ello: la dicha Catalina Vázquez, su madre, tratando el dicho pleyto, fallesció desta presente vida en la corte de sus majestades, en la villa de Ocaña [11]. Así, las hermanas de Martín Méndez quedaron como sus únicas herederas, dado que él no había llegado a casarse ni había tenido hijos, y fueron ellas quienes continuaron con el pleito y reclamaciones que había iniciado su madre. Ambas se mudaron de la casa familiar, ubicada en la colación (barrio, parroquia) de San Martín, y se establecieron en la de San Andrés. En 1531 se encontraban solteras y declararon su edad, resultando ser todavía jóvenes: veintitrés años Isabel y veinte Francisca [12].
Las dos hermanas reclamaban el importe debido a su hermano por la Corona, tanto por el sueldo devengado por Martín Méndez durante la expedición de Caboto hasta su muerte, como también por el importe correspondiente a aquella merced del Emperador de 200 ducados de juro de por vida por los servicios prestados en la expedición de la primera vuelta al mundo, los cuales este solo había llegado a percibir en dos ocasiones [13]. Realizaron rápidas y múltiples gestiones para ello, representadas por el sevillano Julio Velázquez, quien aceptó representarlas como curador ad litem en el pleito. Desde abril de 1531 dieron sucesivamente puntual respuesta al fiscal que, como era habitual, trataba de justificar bajo cualquier argumento la reducción del importe adeudado.
Mientras el proceso se alargaba, la propia emperatriz doña Isabel de Portugal emitió una orden al Consejo de Indias para que se les pagara a ambas hermanas un adelanto de 70.000 maravedís [14], importe más que sobrado para que salieran de cualquier apretura, dado que ellas decían estar pobres y necesitadas [15].
Finalmente, en el año 1533, el fiscal estableció que se les debía pagar 278.000 maravedís. Era menos de lo que habría sido justo, pero no dejaba de ser un importe elevado. Los señores del Consejo de Indias escribieron al Emperador para dar cuenta de ello [16], y demandándole que emitiera la preceptiva orden de pago, como así ocurrió [17].
El 1 de febrero de 1532 el Consejo de Indias dictó dos sentencias contra Sebastián Caboto, correspondientes a los procesos abiertos por Catalina Vázquez y sus hijas, y por el capitán Francisco de Rojas. En cada una de ellas se le condenaba a dos años de destierro en Orán. [18] Sin embargo, el Emperador fue condescendiente con Caboto y nunca se llegaron a ejecutar estas sentencias. Más tarde, este terminó pasando al servicio del rey de Inglaterra.
Referencias:
[1] A.G.I.Patronato,35,R.6. Autos de herederos de Martín Méndez. Imagen 25 en PARES.
[2] A.G.I.,Contaduría,425,N.1,R.1, folio 1v, Informaciones sobre sueldos, mercancías y mercedes relativas a la Armada a la Especiería organizada por Fernando de Magallanes.
[3] A.G.I.,Patronato,42,N.1,R.1 Expedición de Sebastián Caboto. Bloque 3, imagen 1 en PARES. Andrés de Villoria sobrevivió al viaje.
[4] Es más que probable que en la expedición de Caboto embarcara también un tercer miembro de la expedición de la primera vuelta al mundo. Encontramos referido por dos veces a un Juan de Santander que bien puede tratarse del grumete que vino con Elcano en la nao Victoria. En Patronato,42,N.1,R.10, folio 1r este Juan de Santander aparece como contramaestre en la expedición de Caboto, mientras que en Patronato,42,N.1,R.6, folio 1r se le menciona como “piloto de Sevilla, de cuarenta años de edad poco más o menos”. Este segundo documento no tiene fecha, pero figura en un expediente de 1537, por lo que se podría inferir que habría tenido 22 años cuando embarcó con Magallanes. Encajaría que fuera la misma persona por edad, dado que en la expedición había otros grumetes que superaban los veinte años, como fue el caso de Nicolás de Nápoles. Este Juan de Santander sobrevivió a la expedición de Caboto.
[5] A.G.I.,Patronato,41,R.7, folio 10v. Autos del fiscal contra Sebastián Caboto.
[6] El capitán Francisco de Rojas también fue desterrado en la isla de Santa Catalina, pero tras discutir con Méndez y de Rodas consiguió alcanzar tierra firme (según explicó Caboto), y después volvió a embarcar durante la vuelta en el bergantín del capitán Diego García, que no esperó al resto de la armada. Así, Francisco de Rojas sobrevivió y volvió a España, abriendo de inmediato una causa criminal contra Sebastián Caboto.
[7] A.G.I.,Patronato,41,R.7, folio 10v. Autos del fiscal contra Sebastián Caboto.
[8] A.G.I.,Patronato,41,R.4. (imagen 168 en PARES) Autos de Catalina Vázquez contra Sebastián Caboto: malos tratos. Según explicaron Caboto y ciertos testigos antes escribano, durante la vuelta encontraron en la isla de Santa Catalina a un tal Durango, que dijo ser de la expedición de Loaysa, así como a "un negro" de la expedición de Juan Díaz de Solís, quienes le explicaron la discusión entre Méndez, de Rodas y Francisco de Rojas.
[9] A.G.I.,Patronato,41,R.7, folio 11v. Autos del fiscal contra Sebastián Caboto.
[10] A.G.I.,Patronato,41,R.6. Autos entre Francisco de Rojas y Sebastián Caboto. Imagen 12 en PARES.
[11] A.G.I.,Patronato,41,R.4. Autos de Catalina Vázquez contra Sebastián Caboto: malos tratos. Ver digitalización en PARES.
[12] Ibídem.
[13] A.G.I.,Patronato,35,R.6, folio 4r. Autos de herederos de Martín Méndez.
[14] A.G.I.,Indiferente,737,N.29, folio 1r. Consulta del Consejo de Indias.
[15] A.G.I.Patronato,35,R.6, folio 4r. Autos de herederos de Martín Méndez.
[16] A.G.I.,Indiferente,737,N.29, folio 1r. Consulta del Consejo de Indias.
[17] A.G.I.,Patronato,35,R.6, folio 68r. Autos de herederos de Martín Méndez.
[18] Encontramos ambas sentencias, respectivamente, en A.G.I.,Patronato,41,R.4, Imagen 399 en PARES, Autos de Catalina Vázquez contra Sebastián Caboto: malos tratos, y A.G.I.,Patronato,41,R.6, Bloque 4. Imagen 29 en PARES, Autos entre Francisco de Rojas y Sebastián Caboto.